Mamá multiprofesión

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Como en un espejo, veo que mi hija sigue modelando con su crecimiento mi nuevo yo multiprofesión. No puedo hacer la triple mortal o una vertical perfecta como a ella le gustaría pero sí tengo otras habilidades que sé que la hacen feliz.

Puedo ser actriz. Ponerme sus disfraces en la cabeza simulando ser princesa o agarrar el escobillón del lavadero y ser caballero. Ella me sigue con su caballo de juguete o una viga larga que era de una cortina. Relinchan los caballos. Galopamos nosotras. Tiemblan los cuadros y platos colgantes.

Puedo ser pintora. Lo descubrí hace poco cuando recibimos la casita de Barbie que nos regalaron las increíbles Adriana y Paloma. De repente me encontré hablando de acrílicos para pintarla. Inmediatamente recordé las 12 veces que rehice un trabajo en primaria porque la naturaleza muerta en témperas no me salía como quería. La vida siempre te da una segunda oportunidad.

Puedo ser doctora. O paciente. Eva me revisa los oídos y los ojos como si supiera. Me pregunta si me duele la panza hasta que invertimos roles. Hace que me llama por teléfono y, como en una urgencia, estoy al segundo.

Puedo ser goleadora o arquera. Jugar a la pelota en la cancha improvisada que arma en el living. Tenemos pelotas de distintos tamaños y sillas fuertes que se vuelven arcos. Media hora después de los goles, puedo ayudarla a vestir a sus muñecas. En los últimos días de frío pensé en volver a tejer para que «las chicas» tengan ropa nueva para el invierno. Tal vez me anime a tejerle algo a mi hija.

Puedo ser atleta. Y saltar en la cama como si tuviera 3 años o 7 o 10. Como cuando saltábamos con mis hermanos en un globo gigante que llamábamos «caminata lunar» en la plaza Colón de Mar del Plata. Era tan fascinante y liberador como ahora.

Puedo ser arquitecta. Y armarle una carpa con frazadas para leerle un cuento a las 3 de la madrugada si se desvela y otro cuando sale el sol si algo la despierta. También me defiendo con las casas y los teatros de sábanas.

Puedo ser transportista. Llevarla a upa dormida y además cargar un bolso, mover su triciclo y abrir la puerta de casa sin que se caiga nada. O llevarla a caballito (me gusta más que el moderno cococho o cocochito) durante por lo menos cinco cuadras. Vengo ganándole a mis temores de caídas y contracturas.

Hasta que Eva nació creí que era solo periodista. Mi hija abrió en mí miles de versiones desconocidas. Por alguna razón siento que hay mucho más todavía. Estaba dormida y ella vino a despertarme.