Corría el séptimo mes de embarazo. Yo tenía una panza enorme y mucha angustia. Que el papá de Evangelina no llegaba y estaba claro que no iba a llegar, que todo había sido una ilusión, que Eva sí estaba llegando y la plata no alcanzaba para el parto, que me sentía sola con muchas cosas… que…
Las palabras justas llegaron en el momento justo. Fue durante una sesión de reiki. «Vos quedate tranquila. Tratá de resolver tus dolores que Eva está bien. La veo feliz en la panza, viene rodeada de duendes y de hadas», me dijeron. Lo sentí tan verdadero como las ecografías que aseguraban que mi hija venía a este mundo con la fuerza de una tromba, con una enorme vitalidad.
Desde el principio fue así. Todo lo que es y la rodea tiene como un halo especial que no puedo explicar. Quizá haya alguna razón en su origen, en el lugar de su origen, en el deseo que me llevó a buscar a su papá y a buscarla… no sé.
Cuando vuelvo a los ocho meses y medio que Eva estuvo en mi panza e incluso al tiempo anterior, recuerdo momentos que siento mágicos.
El origen
Con Amadou –el papá de Eva– nos reencontramos por tercera vez después de casi un año a fines de junio de 2012. Nos despedimos el 10 de julio entre lágrimas, besos y proyectos.
Fueron 11 días en las nubes. A mitad de la estadía, me sentía distinta. Presentía que estaba embarazada. Habíamos hablado del tema ni bien llegué a Atenas. “Quiero tener un hijo con vos”, me dijo él en inglés, el idioma con el que nos comunicamos. «Yo también», le respondí absolutamente convencida. Minutos antes habíamos intercambiado alianzas con nuestros nombres. Fue como un casamiento simbólico. Nunca había pensado en casarme.
Quizá fue la noche del reencuentro, la del 30 de junio, la de los anillos y el deseo compartido de un hijo, que el corazón de Eva empezó a latir. En un mundo sin tiempo en medio de la convulsionada Atenas.
Las primeras señales
Amadou es musulmán y días después de mi llegada se enteró que estaba en la ciudad un especie de pastor de su religión. La ceremonia era en un hotel y, curiosa como siempre, no me la quise perder. Eramos dos mujeres blancas (una griega y yo) entre miles de negras y negros.
Con la cabeza semi tapada y un vestido largo, me dejaron entrar sin problemas. El pastor o «marable», como le dicen ellos, estaba en el centro. Las mujeres fuimos las primeras en acercarnos a él. Me habían dicho que estaba prohibido tocarlo. Que era una deidad. Pero que le pidiera lo que deseaba porque se cumplía.
Durante la ceremonia había llorado mucho viendo a los bebés en brazos de sus mamás. Tenía claro que yo quería uno así. Me acerqué al «marable» y con las manos hacia arriba, como me habían enseñado, le dije que quería tener un hijo con Amadou. El estaba en primera fila, viendo todo, con los demás hombres.
Imprevistamente el hombre de la túnica me tocó los dedos. Como una bendición. No tomé consciencia de lo importante que era ese contacto hasta que me fui a mi lugar y los amigos de Amadou me dijeron que eso no pasaba nunca, que era «una elegida».
El segundo momento increíble fue también en Atenas unos días después: una prima de Amadou me lo anticipó. «Estás embarazada», aseguró un mediodía que nos quedamos solas en la cocina (la foto es de ese momento). No había podido terminar un pescado exquisito que nos había preparado. Cuando le conté, él sonrió y bromeó: ¿Tan rápido?. Los dos nos reímos.
En esos días y sin haberme hecho el test, empecé a hablarle a mi hija. Sí!! , en femenino. Fuimos al Partenón un día de mucho calor y hablé con ella. Al Egeo y hablé con ella. Ya en el avión de vuelta empecé a escribir nombres posibles y apareció Evangelina, un nombre que nunca había pensado para un hijo. Las opciones eran: estoy embarazada o llego a Buenos Aires y cambio urgente de psicóloga.
El embarazo
Volví a Buenos Aires y no estaba loca. Fueron seis test de embarazo. No podía creer las dos rayitas.
El primero en enterarse fue lógicamente Amadou que no entendía bien de lo que le estaba hablando. En su cultura prefieren esperar a que todo avance. Recién hicieron una fiesta cuando Eva nació.
La segunda en saberlo fue mi abuela Carmen. Cuando cumplí 40, ella se me había acercado con sus 90 a cuestas y me había dicho: «Valita, le pedí a Dios que me deje vivir un poco más hasta saber que un hijo tuyo viene en camino”. En ese momento pensé que iba a defraudarla. Pero cuando el 18 de agosto de 2012 fui al geriátrico donde estaba internada y le di la noticia, todo tomó sentido. Se le iluminaron los ojos. Unos ojos grises y profundos. ¿Por qué no lo querés contar?, me susurró. Porque todavía no llegué a los tres meses, Abu, le respondí. Sonrió y nos abrazamos. Sentí que se estaba yendo. La foto es también de ese momento. Al otro día cayó en coma y nunca más volvió a despertar. Me esperanzo con pensar en que esperó a que Dios cumpliera su deseo y soltó esta vida.
La tercera en enterarse fue mi hermana Soledad. Tengo por ella un amor y una confianza infinitos. Salvo mi mamá que ya lo intuía, el resto de la familia se enteró después cuando les conté lo de mi abuela.
Eva nació el 13 de marzo de 2013 horas antes de que el mundo supiera que Francisco era el nuevo Papa. Desde entonces y desde antes, todo lo que rodea a mi hija tiene algo especial. Capaz nos pasa a todas las mamás que vemos luminosos a nuestros hijos. Puede ser.
En mi caso, Eva parece entender todo desde el principio. Todo fluye, incluso desde lo material (soy su principal sostén). Es el día de hoy que si le falta algo aparece alguien con eso que le falta. Guardo como un trofeo un enterito violeta que conserva su primer olor que me regaló un compañero de trabajo que nos ayudó y ayuda con la generosidad de un amigo con lo que fue de sus hijas. También están, como siempre, amigas entrañables que también armaron bolsos enormes con ropa, libros y juguetes. Tenemos reservas hasta los 6 años. No exagero.
Por eso, cuando asoman los huecos, vuelven las palabras que me dijeron alguna vez. «Vos resolvé tus dolores que ella está bien…» Es verdad. Gracias Andrea estés donde estés. Cada vez que me detengo a mirarla descubro que Eva sigue rodeada de duendes y de hadas.