¿Y ahora qué hago?

La de arriba soy yo recibiendo un mensaje sobre mi hija en mi trabajo… Uno de mis momentos preferidos del día es cuando vuelvo a casa a la noche. Mientras subo en el ascensor hasta el sexto piso voy escuchando la voz de Eva cada vez más cerca y sonrío. Me pasa seguido: le quiero ganar a la puerta y a veces me atolondro para abrirla y tardo más. Quiero verla lo antes posible. Del otro lado siempre está ella: escondida debajo de una manta, en su casita, jugando con sus masas, haciendo piruetas en el monopatín… Esperándome con su energía habitual.

Anoche se rompió el hechizo. Abrí la puerta como siempre. Holaaaa chicas!!! Silencio total. «Perdón, Vale, no pude mantenerla despierta. Se durmió hace dos minutos. Me decía que estaba cansada y lloraba…», soltó apesadumbrada, Lili, la mujer que cuida a Eva ya como una abuela… Estaca en el corazón… y preguntas encadenadas para calmar mi tristeza instantánea… ¿A qué hora exacta se durmió, Lili? ¿La bañaste? ¿Comió? ¿Jugó? ¿Se portó bien? ¿Te hizo caso? ¿Estaba contenta? Mi hija había tenido un día perfecto pero yo no llegué a verla despierta.

imageLa casa sin Eva o con Eva dormida no es la casa. La llevé a su cama. Hacía frío afuera pero todo estaba calentito adentro. Abrí su mochila del jardín y el cuaderno de comunicaciones no tenía notas. Preparé su vianda para el día siguiente: las galletitas rellenas la vuelven loca. Organicé su cena bien potente por las dudas. A Eva le gusta comer. Dejé un chocolate en su mesita de Minnie como postre. Ordené su uniforme. Todo quedó en su lugar.

Me ocupé de mí. Mi vianda para el trabajo de mañana, la comida de hoy. Apagué la tele, me serví una copa de buen vino, la casa estaba en absoluto silencio. ¿Intento despertar a Eva? ¿Se despertará de madrugada? ¿Qué debería hacer? ¿Me voy a domir también por las dudas?

Desde hace unos diez días volví a leer todas las noches, uno de mis grandes placeres. Evangelina ya está más grande, tiene sus propios libros y juegos, y podemos estar en el mismo lugar –abrazadas incluso– y haciendo cosas diferentes. Por eso mismo y porque sé que es lo mejor para las dos, disfruto de retomar aquello que dejé por un tiempo para dedicarme a full a ella. Tal vez vuelva los sábados al gimnasio. Una hora no es nada y pasaron cuatro años desde la última vez.

Anoche abrí también ese espacio aunque con esfuerzo. El silencio se completó con música y libros y chats y palabras. Me consolé pensando que mi hija se había despertado temprano, me acordé de la espuma con jabón mientras se lavaba los dientes con un panda con luz y de cuando armamos Minnies y Mickeys con rocklets. También, que jugamos con un globo violeta del último cumpleaños del jardín y que a la tarde me habló divertida cinco minutos sin parar por teléfono.

Escribir sobre Eva fue como despertarla un poco.

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