Daniela vino a casa una noche fría a contarme su historia. Se había enterado por una amiga que estaba armando un blog para Mamás Solteras y no dudó en abrirse. No nos conocíamos. Se fue y ya no había distancias. Confió. Me contó de su pasado nada sencillo. Y de un sueño que aparece mientras duerme y que es su guía cuando despierta. Aquí va su historia:
El sueño es recurrente. Se ve adoptando dos bebés. Se le ilumina la cara cuando lo cuenta. Y su mirada tan triste y tan dura deja de serlo un poco. Daniela se ve feliz con dos chicos. Se proyecta cuidándolos. Sola o con un hombre. Depende del destino. Llegó a los 44 años rompiéndose la cabeza contra infinitas paredes. Los quiebres y crisis fueron muchos y no le quedó otra que endurecerse para seguir. Y es dura y sensible a la vez. Y pudo.
De chiquita le contaron que era adoptada, igual que su hermano. Después de muchos intentos y tratamientos frustrados, su mamá adoptiva rondaba los 27 cuando enfrentó a su papá adoptivo y le pidió que hicieran algo para tener un hijo. Que sino la relación se terminaba. Como tenían contactos en la justicia de La Plata, no aparecieron uno, aparecieron dos hijos de meses y de la noche a la mañana armaron una familia.
El principio fue soñado. «Mi infancia no pudo ser más feliz», recuerda Daniela sus pasos por Santiago de Chile y el D.F. Lo relata con alegría aunque no les fue fácil. Sus papás adoptivos se escaparon de la cordillera con el Golpe de Allende en el ’73 y anclaron en México.
A los 14, Daniela vivía en las nubes de la adolescencia y tenía un sueño diferente al de ahora pero que ya la acercaba a la maternidad. «Soñaba que tenía hijos y se los regalaba a parejas que no podía tenerlos», cuenta y sonríe. Tal vez como su mamá biológica, la nena de 16 años del Norte del país que la entregó porque no podía cuidarla. Eso es todo lo que Dani sabe de ella y de su pasado. De su papá, nada. Hay un expediente en La Plata que se abrió en su nombre. Ella se llamaba María Alejandra, estuvo primero con otra familia y a los asistentes sociales no les cerró la historia. Entonces llegaron sus papás adoptivos y arrancó otra página. Dani llegó hasta ese expediente pero no avanzó. Tiene miedo de lo que se puede llegar a encontrar. Por ahora.
Lo que vino después de los 14 fue largamente horroroso en el tiempo y pensado desde hoy. Son heridas con las que Dani pelea todos los días. A sus 17 años se tuvo que ir de su casa. Empezó a andar su propio camino y empezó a rearmarse. Su mamá terminó dejando a su papá y se conectó con un hombre luminoso que hoy es su amigo. Ella murió después de varios a ACV y de pedirle disculpas por dejarla sola sin esos abrazos que solo dan las mamás.
A los 40 Dani dio el salto, su salto. Se subió a una moto chopera, otro de sus sueños, y empezó a andar. Los nuevos caminos que imagina hoy la llevan a veces al expediente de sus orígenes en La Plata. Está buscando a un abogado para que le averigue qué pasó. También se imagina volviendo al D.F., a recuperar la felicidad de la amistad y de la adolescencia. Quizás también para perdonar a sus papás adoptivos y sanar parte del daño. El último camino va por dentro. Sueña con adoptar dos bebés.