Los abrazos de los abuelos

A mi papá le costaba abrazar. Le salía cuidarnos con palabras (pocas) y acortaba las distancias con su ironía única y con su risa, una de las más contagiosas que conozco. Su estar era acompañando. Lo recuerdo (un recuerdo entre tantos) llevándonos todas las mañanas de sol, lluvia o frío al colegio hasta que terminamos el secundario. La que abrazaba era mi mamá. Estaba en todos los detalles. Nos creaba mundos únicos para nuestras mentes de niños. Más allá de sus diferencias, con mis hermanos sabíamos que cada uno hablaba su idioma y que tenía su manera de queremos «hasta el infinito».

Eva y papá en el sillónLos años y los nietos los volvieron parecidos. ¿O ya lo eran? Ahora los abuelos abrazan. Su casa es la segunda casa de nuestros hijos. Ahí ellos encuentran desde un asado y buena música hasta ayuda en las tareas, una cama para dormir y consejos de vida para todas las edades. Cada vez que veo a mis viejos en el rol de abuelos siento que estuvieron preparándose desde los 20 años para tener la casa llena de nietos casi todos los fines de semana.
Eva es la última nieta y la que vive más lejos. Pero algo pasa entre ellos: «La Negri» siempre se acuerda de «los abuelitos Titi y Pichi» y viceversa y cuando están juntos se sostienen y potencian.

«¡Qué cara seria tenés, abuelito!» «¡Reíte!» descubrió hace poco Eva a mi papá mientras él, pensativo, le acariciaba los rulos en su sillón de «rey de la casa» que comparte solo con elegidos. Lo vi muchas veces conmoverse con ella y sus salidas. Lo vi bailar si Eva se lo pide. También regalarle flores de su jardín y hacerle a la parrilla todo lo que a ella le gusta. Después de lo de «cara de serio», trata de sonreir siempre. Las muecas de los estados de ánimo ya son un juego entre los dos.

eva y mamáMi mamá desarrolló con creces su vocación de maestra con sus nietos. Eva aprendió con ella números nuevos, se metió de lleno en el mundo de los libros, las tizas y los pizarrones y mucho más. Arma con su abuela obras de títeres (sí, mi mamá les compró un mini teatro a sus nietas) y aprendió a bajar la larga escalera que lleva a las habitaciones de su casa que tanto me aterrorizaba. También supo que existe un señor que se llama Jesús y que está en la cruz.

Cuando Eva cumplió un año ellos coincidieron en un deseo: disfrutarla lo más posible. Mi hija ya tiene más de tres años y vivió y vive momentos únicos con ellos. Enumerarlos sería imposible.

c15En el último año, Eva durmió varias veces abrazada a su abuela viendo dibujitos. La acompañó a la iglesia donde es una especie de mini rock star y se subió a helicópteros y trenes en miniatura que despertaron con fichas… También estuvo con la abuela Titi en La Coruña, el lugar donde nació su mamá, mi abuela Carmen. Recorrieron sus callecitas de la mano, jugaron en las plazas del Puerto, chapotearon en el mar…

Con mi papá, el hilo conductor es maravillosamente la contención y el abrazo. De ahí surge el resto. El la cuida como una joya exótica, le hace masajes en la espalda y la cabeza para que se calme, la mima con la ternura que evidentemente siempre tuvo y ahora puede compartir. Hace unos días lo escuché susurrarle a mi mamá que, a pesar de que le dolía la cadera, quería llevar a Eva a caballito por la calle porque ella se lo había pedido. No es la primera vez que hace el esfuerzo.

Eva les responde con amor en distintas formas. Recordarlos cuando no los ve es una de ellas. Anoche partió su hamburguesa en dos para «los abuelitos». Ella no lo sabe pero sigue cumpliéndonos deseos profundos. Como pidieron, los abuelos ya la están viendo desplegar las alas de lo que –anticipan– será una «futura atleta».