Hija: este infierno va a pasar

Hola hija. Te veo aplaudiendo en el balcón a los médicos que están poniendo el hombro por nuestro país y lloro. Me ves y te digo que estoy emocionada por esta unión de almas a la distancia y es verdad. Lo que no te puedo decir por tu edad es que estoy triste porque mi misión fue traerte a un mundo en el que pudieras vivir en libertad con tu espíritu único y arrasador. Sin embargo, aquí nos ves: a tus siete años estamos entre cuatro paredes, hablando del maldito coronavirus cuando tendrías que estar aprendiendo y disfrutando sin barreras.

Creo igual que, como te digo todos los días desde que empezó este calvario, este momento es una gran oportunidad para las dos: con mamá en casa, nos vamos a conocer mejor, vamos a jugar mucho más, nos vamos a pelear y me voy a enojar como nunca -ya te lo dije: ¡ejercitemos la paciencia!-. Te vas a aburrir y yo a agotar pero sobre todo, vamos a fortalecer este vínculo que es el más amoroso, genuino e infinito que tuve en toda mi vida.

Es mi código con vos desde antes de nacer pero estos días te dije más TE AMO que en otros momentos. Ya sé que soy pesada pero necesito decírtelo porque es mi defensa y mi bandera frente a tanta incertidumbre, dolor y crueldad.

Te cuento también que estoy conociendo a una nueva Eva. No sos tan inquieta como cuando el mundo giraba sin coronavirus. Estás más tranquila, en un nuevo ritmo, como yo. Me estás ayudando mucho a sobrellevar este tiempo con tu alegría, tu energía y tu creatividad. Respetás mis horas de trabajo en silencio -¡bravo por vos!-, me estás preparando unos desayunos riquísimos -me encantó la torre de tostadas con crema, mermelada y bombones- y estamos armando unos picnics inolvidables con tu carpa en la terraza para ver las estrellas ¡¿No me digas que no está buenísimo cocinar juntas?!. No es mi fuerte pero lo estoy intentando y vamos bastante bien.

Me preguntás cuándo va a terminar este infierno y la verdad es que no lo sé. Es un día a día. Quedaron en el camino muchos proyectos, entre ellos tu deseo de festejar el cumpleaños con tu amigo Ulises. Ya lo vamos a hacer, no te preocupes. También vas a volver a correr y hacer piruetas en gimnasia, como querías. Lo sé. Por las noches le ruego a todos los dioses que nos protejan y que el coronavirus deje de enfermar y matar y se muera pronto.

Estoy segura que seremos otras cuando esto pase, mucho más fuertes. En esta estamos juntas mi gladiadora como desde el principio.

¿Cómo? ¿Qué querés hacer un experimento conmigo y la masa verde? Dale, ¡ahí voy!

Día 1: dejar a tu hija en tiempos de coronavirus

”Andá tranquila, Vale. Eva se queda acá», dijo mi hermano Gastón en la puerta de su casa. No llegué a responderle. Me di vuelta y me puse a llorar.

La angustia era similar a otras que alguna vez sentí cuando tuve que dejar a mi hija porque ‘no me quedó otra’. Como única sostén de la nuestra familia de dos, desde que ella nació fue así. Guarderías y colegio, por un lado. Y además, acompañando, niñeras en días normales y, mi hermano, su mujer y mamás y papás de amiguitos del cole los feriados… Un rompecabezas humano en el que las piezas fueron volviéndose imprescindibles para sostener el día a día.

Pero el maldito coronavirus arrasó con todo lo armado durante años en un segundo ¿Y ahora? -pensé después del anuncio presidencial cancelando las clases- ¿Qué hago? ¿Con quién la dejo si mis papás y su niñera son población de riesgo? ¡No le puedo pedir ayuda a ninguna mamá amiga del cole porque ya tienen lo suyo!¡Encima tengo que volver al trabajo después de mis vacaciones!

Corría el domingo por la noche, estábamos con abuelos, tíos y primos en la zona Sur y de repente me oscurecí. Hasta que habló mi hermano. ”Tu gesto me hace sentir menos sola. No es tu responsabilidad y, sin embargo, siempre estás cuando más te necesitamos. Gracias», le escribí cuando dejé de llorar volviendo ya en el tren.

Ya pasó el día 1 y no hubo actividades compartidas ni tareas (aún no llegaron) ni plan en casa para que Eva no se aburra. Ella se quedó con mi hermano y su familia (en la foto dos de sus primas: Pia y Matu) Yo trabajé.

Hace unas horas, salí del trabajo y le llevé ropa para cambiarse. Hace unos minutos hablamos por videochat antes de que se durmiera. Ya corre en Día 2 y estoy en casa. Espero que la angustia se vuelva fortaleza. Ya sabemos muchas de lo que se trata.

Golpes por celular

Podés creer que todo anda sin sobresaltos. Que tus respuestas a las preguntas de tu hija o tu hijo son suficientes para explicar la ausencia de su papá. Que nada puede opacar tu estado de tranquilidad. Pero puede fallar. A veces bajás la guardia y te golpean.

El llamado llegó sin esperarlo. Estábamos por cenar y Evangelina estaba con mi celular. Siempre trato de estar cerca de ella cuando lo usa. Pero esta vez me distraje por un segundo y chau. Sonó el whatsapp y la imagen que apareció fue la de su tía Khoudha, la hermana de Amadou.

«Mamá, es papá», se sorprendió Eva. Hacía tiempo que él no hablaba con ella. Venía hablando conmigo brevemente queriendo saber cómo estaba ¿Querés hablar con él?, le pregunté. Asintió e inmediatamente accionó la conversación.

En voz y video y sin mediar anuncios, apareció Amadou. El mismo de hace siete años en Atenas, el mismo de los primeros meses de Eva, el mismo que dejamos de ver en imagen y que solo escuchamos en los últimos dos años, el de las rastas y los gorros. El de la sonrisa amplia y la mirada profunda. El manipulador y el carismático. El encantador de serpientes.

La emoción contenida de Eva me hizo arrepentir al instante. Sentí que me había equivocado en dejarla activar la llamada. Me pregunté en una milésima de segundo si no tenía que retroceder. No pude hacerlo. Quedé petrificada.

El también quedó absorto al vernos pero desde el primer segundo empezó a desplegar todos sus recursos para no que no le cortáramos. Le corté varias veces a lo largo de estos seis años. Eva también lo hizo aburrida por su monotemática manera de comunicarse. Sus «te amo» concatenados y repetidos en el tiempo fueron perdiendo sentido.

Esta vez había algo nuevo para contar porque podíamos verlo. Amadou nos hizo una especie de recorrido turístico por su casa. Le mostró a nuestra hija su habitación, el living, la cocina de su casa… sus cuadros, su ropa. . Nunca antes lo había hecho. En el medio, se coló Khoudha -la dueña del teléfono- a saludar. Intercambiaron miradas y risas con Eva. Después entró en cuadro Mama, una de sus primas, que imitó a su mamá. Y también Falou, su primo, que estaba semi-dormido.

Tan real pero virtual. Eva estaba como hipnotizada. Yo shockeada. Volvía sistemáticamente a la idea de terminar la conversación pero no sabía cómo. Le puse varios puntos finales al intercambio pero Amadou seguía y Eva me preguntaba por lo bajo por qué quería cerrar el teléfono. Finalmente, invoqué el colegio y el horario y la semana y la necesidad de irse a dormir y se acabó la historia.

No dormí bien por varios días. Eva tampoco. Me costó asimilar el impacto. Me sentí culpable por dejarlo entrar sin permiso. Por permitirle abrir una engañosa puerta de su lejano planeta a nuestro mundo de dos.

El tiempo aquieta las aguas pero deja su huella ¿Qué hora tiene Africa ahora, mamá? ¿Hace frío o calor? me preguntó Eva ayer.

Las líneas amarillas

Las líneas amarillas están ahí. Una cerca de la otra. Las veo a la distancia el primer día de clase del primer grado de mi hija. Están pintadas en clave flúo al fondo de un pasillo eterno por el que entran los chicos de distintos grados, entre ellos Evangelina que debuta en Primaria.

Son simples rayas pero dividen dos mundos. El de afuera, el nuestro. El que compartimos todos los días en casa y ahora todas las mañanas yendo a la escuela. Desde el 6 de marzo llevo a Eva a clases en lo que para mí es una aventura, un desafío y un privilegio. En este trazo de mundo, vamos semidormidas. Bromeamos e inventamos juegos para ganarle al frío de las últimas mañanas. Hablamos de la vida, de futuros viajes, de su ilusión de tener un hermano y una mascota. Los viernes cantamos.

Es todo nuevo para las dos. Durante todo el jardín no la vi entrar ni salir de la escuela salvo excepciones. Viví 5 años alejada de su rutina escolar. Pero ahora aquí estamos. De la mano, cerca o cada una a su ritmo: yo cargada siempre como un equeco con mi bolso, su mochila y su vianda y ella generalmente subiendo a parecitas o haciendo piruetas para no perder la costumbre.

Juntas hasta las dos líneas que marcan el límite para los hijos y los padres. Hasta ahí puedo llegar y después, me detengo, la veo y me voy. Los primeros días, sentía que largaba a mi hija a una especie de abismo y me quedaba por un largo rato desolada. Hasta que entendí -ella colaboró con su marcada independencia- que después de las líneas arrancaba su mundo y que ahí yo no tenía nada que ver. Que tenía que caminar sola. Como lo hizo en todo el jardín, pero ahora en una nueva etapa. Más grande.

Evangelina ya cumplió seis. Desde sus primeros meses, escucho como un mantra el tema de los límites. «Tenés que ponerle límites claros para que ni ella ni vos sufran las consecuencias». Nadie te enseña a poner límites. Nadie te dice que, después de la primera infancia, hay momentos que el límite se te impone a vos. Bienvenido sea.

A veces me detengo a ver a otras madres o padres: algunos los dejan y vuelan como aviones. Otros, los dejan en la primera puerta y los ven irse con la mano en alto. Y otros, como yo, llegan hasta las líneas amarillas Y se quedan esperando unos minutos… ¿Sienten algo parecido a mí? ¿Qué hay más allá en ese mundo desconocido?

Otras veces nos veo de lejos. Eva camina por el largo pasillo, con la mirada al frente. Erguida y casi molesta por verme llegar hasta las dos líneas. Y yo, ya saben… voy detrás de ella como un perrito faldero que avanza y retrocede, que avanza y termina de retroceder cuando escucha amorosamente de alguna autoridad: ¡Buen día, Eva! «Hastá aca, mamá».

«Tu papá es un fantasma: no existe»

«Mirá Valeria. Llegó la hora de empezar a decirle, de a poco y cuando pregunte, la verdad»

Eva jugaba feliz entre pasamanos con distintas formas. Subía y bajaba mezclada entre otros niños. Sentí un frío por dentro. Contuve las lágrimas. No quería llorar aunque hace rato que volví a hacerlo a escondidas. Seguí escuchando como en una nebulosa a Estela, mi amiga, abuela por elección de mi hija y psicóloga de niños.

«Disculpá si soy muy directa. Ya pasó la etapa del relato amoroso del encuentro con el papá de Eva. El no está. Un papá es otra cosa. Es la persona que decide estar todos los días, que pone el cuerpo. Tu hija empieza mañana primer grado y él no está para acompañarte como no estuvo nunca. Es un fantasma».

Las palabras justas en el momento justo. Así escuché a Estela. Venía de días de ansiedad y angustia incomprensible. No tenía una explicación concreta. Todos los años, Marzo es un mes especial: entre el inicio de clases y el cumpleaños de Eva todo se mueve. A veces, en medio del agotamiento crónico, confundís sentimientos y pensamientos. Pero un día empieza a esfumarse la niebla espesa.

Fantasma.

La versión del Papá Fantasma no es nueva para mí. Sé que Amadou es un fantasma hace rato. Sé también que ocupó esa categoría durante años con mínimos toques de realidad. Pensé que podía convivir con su fantasma pero no. Los fantasmas ocupan espacio. Si los liberás, ese espacio se abre para que entren nuevas vivencias.

Hasta ahora no supe bien cómo hablar con Eva de la ausencia prolongada de su papá. Lo único que me salió durante años fue contarle nuestra historia, decirle que no puede venir y que, si no esto no ocurre, iremos nosotras a Africa. Ahora se abre otra etapa más realista. «Decile que no sabés por qué no viene, que le pregunte a él. No es que no viene porque no puede, sino porque no quiere», siguió Estela.

«¿Y el tema de viajar a Senegal? Hace rato que le vengo diciendo que si no viene, vamos a ir nosotras», le pregunté. «Decile que más adelante, cuando sea grande, va a ir. Eso le va a quitar ansiedad. Bajalo a la tierra. Les va a hacer bien a las dos», agregó.

Todo cierto. A veces las soluciones son tan sencillas que asombran.

Me fui de la plaza con la certeza de la revelación y una alegría enorme que continuó durante el primer día de primer grado de mi hija y sigue hasta ahora. El fantasma no se fue aún pero ya sé cómo empezar a abrirle la puerta para que se vaya de una vez por todas.

No creo en las casualidades. Sé que la vida te pone a veces en el camino personas que te abren los ojos. No es la primera nebulosa en mi historia. Tuve varias, muchas muy profundas. Pero un día, como magia, sentís que algo ya nunca va a ser lo mismo. Y vuelve otra vez a aclarar.

¿Querés saber cómo se conocieron mis papás?

Desde bebé vengo contándole a Eva quién es y cómo conocí a su papá. Le vengo hablando con palabras sencillas de la decisión profunda, alocada y consciente que tuvimos una mágica noche de verano de traerla a este mundo. Siempre le hablé bien de Amadou, siempre le aclaré que -aunque nunca había estado físicamente con nosotras- iba a quererlo toda la vida porque había sido «el» hombre elegido para cumplir mi sueño. Que por él, también, ella estaba acá.

Fue un camino lento de explicaciones que sigue su curso. Al principio, muy chiquita, ella me escuchaba con sorpresa. Me preguntaba a media lengua dónde estaba su papá. Unos años después, cerca de los 4, avanzó preguntando por qué no venía a Buenos Aires. Primero con tristeza, después más entera le fui respondiendo con la verdad traducida en dos palabras: «No pudo».

Eva ya tiene casi 6 y hace unos días mis explicaciones explotaron en un relato propio, como bomba y sin esperarlo. Todo queda guardado en la memoria, sí. Lo que decís o lo que callás.

Sábado de sol de verano otra vez. Estábamos con una amiga, psicóloga de niños. Volvíamos de jugar en la plaza y mi hija le habló en tono de confesión: ¿Querés que te cuente como se conocieron mi papá y mi mamá?

Nos quedamos petrificadas. Ella estaba por estacionar y nos miramos sin saber bien qué se venía. Eva arrancó con vehemencia: «Mamá venía caminando por una calle y papá por la otra y se encontraron. Fue en Grecia. Mamá se quedó impresionada cuando vio a papá (hizo la cara que alguna vez yo le hice cuando le conté cómo fue) Se enamoró. El también. Después, vivieron un tiempo juntos y nací yo»…

-«Fue así», confirmé tímidamente.

Ella siguió.

-«Después papá no pudo venir porque no tiene plata. Pero si él no puede venir, vamos a ir con mamá. O nos va a mandar los pasajes de avión desde Africa».

Fin del cuento. Nuestra historia resumida en 5 minutos.

Ya de vuelta y después de cenar, plasmó el relato en un dibujo. Ahí estábamos él y yo, yo y él en una esquina y después ella bebé. Los tres. El último cuadro tenía un pulgar hacia arriba y una cruz. Señales quizá de un final abierto. Nadie por ahora puede vaticinar el futuro.

-«¿Es sano lo que contó?- le pregunté ni bien pude a mi amiga cuando Eva se puso a jugar.
-«¿Lo contó por primera vez?»
-«Sí, fue la primera vez».
-«Sí, es muy sano. Los niños plasman en palabras lo que primero procesan. Ella fue procesando todo lo que le fuiste contando y ahora pudo decirlo. Preparate porque van a venir otras etapas con nuevas preguntas y nuevos pensamientos», me dijo.

Unos días después, volvimos a hablar solas del tema. Una imagen de Atenas bajo la nieve trajo el pasado de vuelta. Nos metimos en google maps y con el hombrecito que te permite ver más allá llegamos a la esquina en la que nos conocimos con Amadou.

-«Viste lo que te conté del primer encuentro con tu papá? Bueno, fue ahí».

Volver al exacto lugar me conmovió a mí también. Reviví con ella ese momento. Subí imaginariamente al Monte Filopapos donde nos agarramos la mano por primera vez. Después, nos trasladamos al hotel en donde con su papá nos declaramos amor eterno. «Quiero ver al hotel por dentro, mamá», me pidió Eva y avanzamos. Ahí estaban también la habitación y un balcón parecido al que pasamos noches enteras hablando y deseando que ese momento juntos no terminara más.

Hace unas horas llamó Amadou para ver cómo andábamos. No detiene su presencia-ausencia, su huella. Mientras tanto, sin él, con Eva seguimos armando nuestro camino. Yo también fui entendiendo y procesando con y como ella muchas vivencias con el tiempo.

Algo no cambió. Sigo respondiendo con la verdad. Le propuse armar por primera vez una vacaciones solas a fines de febrero y me devolvió una contrapropuesta. «Ahorremos mamá así vamos a ver a mi papá»

Carta de una mamá a su leona

Querida hijita:

En 18 días terminás el jardín y, aunque no me veas, hace rato que mamá empezó a lagrimear ¡Qué le vas a hacer amor mío! Ya sabés que me emociono fácil cuando se trata de vos y no creo que esto cambie con los años.

En este momento dormís y escribo desde el insomnio. Me volví a despertar de madrugada como en las últimas semanas con esa opresión en el pecho que los psicólogos llaman angustia y que en mi caso se mezcla con felicidad.

En mis pensamientos vuelve tu imagen de los dos años ¡tan chiquita! cuando entraste tímidamente a tu primera sala, la León. Tengo la costumbre de tomar algunas vivencias como señales y en ese momento pensé que era toda una señal que te acompañaran simbólicamente los rugidos del animal más fuerte de la selva. Como una protección. Hasta festejé la coincidencia: rotundamente africano, tu papá siempre se identificó con la figura del león. Tal vez, era una manera de que él también estuviera presente.

Ahora que ya pasó tanto tiempo te cuento que miles de días fantaseé con su llegada. Vendría, íbamos a caminar juntos los tres, te buscaría en el jardín, rompería estructuras con su estilo irreverente. Iba a ayudarte a sostener tu identidad frente a tus pares. Lo deseé fervientemente -por vos y por mí, en ese orden-. Cubrí su vacío con explicaciones a los maestros durante todo este viaje escolar que está por terminar.

El nunca vino pero vos pudiste crecer con su ausencia en este espacio bien tuyo. También creciste con mi escasa presencia los días de semana. Te pido perdón por las contadas veces que te llevé o fui a buscar al colegio. Hice lo que pude. Desde que naciste -y desde antes- trabajo muchas horas y no tuve otra opción. Estuvieron en mi lugar mujeres increíbles que te guiaron con paciencia, valores e infinito amor. Yo, mientras tanto, me resigné con ir a cuánta reunión de padres y clase abierta hubo y no falté a ninguno de tus actos de sala de 2, 3, 4 y preescolar. Tengo en la memoria como tesoros todas tus caritas y actuaciones de los festivales en los que pujé (literalmente) por estar en primera fila.

Siempre tuve la certeza de que te ibas a integrar a todo, con esa capacidad sabia que tenés desde que naciste. Avanzaste en un andar de mínimos “obstáculos”. Me llamaron la atención dos veces: una en la sala de 4 porque te dabas besos con un compañero (con el que insistís te vas a casar y tener hijos) y otra hace poco porque te encontraron una torta que yo me olvidé de sacarte de la mochila y pensaban que habías sido vos la que la había escondido.

El viaje duró cuatro años. Fue un viaje largo pero corto. Así lo siento ahora que está por terminar. Llegamos volando al final de esta etapa. Empezaste tímida y llorona y te vas caprichosa (lo heredaste de mamá), inquieta, curiosa, hiper comunicativa y desafiante. Te vas escribiendo tus primeras palabras y llena de amigos que te quieren y que querés y defendés ¡mirá vos! con uñas y dientes. Son los mismos que te eligieron este año para llevar la bandera argentina no por aplicada sino por buena compañera.

El 18 de diciembre es el último día del jardín y el 20, la entrega de diplomas. Habrá fiesta en el teatro. Va a estar la abuela, tu madrina, tus primas y yo en la fila de nuestra familia. No podemos ser más porque son las entradas que dan por nene. Seremos tu equipo de 5 que te aplaudirá en representación al clan López y a todos los que aplauden desde hace rato desde su anónimo lugar. Preparate para mis gritos-aullidos, esos que querés acallar pero que tanto te hacen reir.

Ya sabés, papá no va a estar aunque seguramente, como pasa con los momentos importantes de tu vida, presienta algo y llame miles de veces hasta que atienda. Como en el día que naciste. Es la manera que pudo encontrar para estar sin estar.

Sé que este viaje será para vos un dulce recuerdo. Un aprendizaje de esos profundos que vuelven cada tanto en otros momentos de la vida. Sé también que vas a leer esta carta en unos años, cuando yo esté preparando la próxima para otra de tus etapas. Es la forma que elegí para guardar para siempre tu historia. Pero ahora vos dormís y yo, desvelada, te miro y se vuelve a producir uno de esos milagros inexplicables que se producen desde tu llegada: no lo puedo creer.

¡A caminar mi leona! Se abre una nueva puerta. Sigo tus pasos.

Orgullosa de vos siempre.

Te ama infinitamente.

Mamá.

De motas, gallitos y calaveras

Probamos con los baños de mayonesa. Todo el pelo cubierto por media hora y después a lavar bien. Probamos con los preparados de aceite de oliva neutro, coco, almendra y agua. También con un ungüento de semillas de lino en remojo durante 12 horas. Investigué páginas afro y consulté sobre champús para pelo seco con rulos. «Los mejores son los productos naturales. Te lleva más trabajo pero son los que verdaderamente te hidratan el pelo», me explicó Fabiele, una de las tantas afroamigas que nos fuimos haciendo con Eva con el correr de sus casi 6 años. “No se lo cortes. Dejáselo crecer hasta los 5 años hasta ver adonde le llega”, agregó Crenilda, otra amiga de Angola.

Las distintas técnicas le dejaron a mi hija motas más suaves por un tiempo pero, claro, prevalece y prevalecerá su esencia afro. Cada vez que la peino recuerdo las rastas de su papá ¿Se hará rastas Eva en el futuro? ¿Optará por las trenzas, las extensiones o la planchita? Su pelo es un misterio diario a descubrir para mí.

La raparon de bebé, le entrecortaron el pelo a los 3 y, como ya se cumplió ´el plazo de los 5´ que me aconsejó Crenilda, el sábado volvimos a la carga. Elegimos una peluquería infantil de Palermo, Gallito & Cía. Seguimos el instinto. El logo del lugar es un gallo y a su vez el símbolo popular del ok, el mismo que hacía Amadou en Atenas bastante seguido para agradecerle a su Dios que la vida estuviera a su favor. El pelo de Eva es su legado y pensé: todo cierra. ¿Destino o casualidad?

Llegamos a la pelu y, entre calaveras y monstruos ya preparados para festejar el próximo Halloween, flippers, videojuegos y un pelotero, Eva se sentó como en casa en un autito con la tranquilidad de los que saben los que quieren. “¿Qué vas a hacerte?, le preguntó Kleo, una chica maravillosa con tono centroamericano y clara experiencia en niños y cortes de pelo. Eva fue al punto: le pidió un corte punk, rapado a los costados y en la nuca, destacando la famosa cresta pero en versión afro. Kleo me miró, yo asentí y ella siguió. Le propuso unas trencitas y algunos toques de aerosol en rojo lavable y a Eva se le encendió la cara. El resultado fue inmejorable.

Los rulos que quedaron desparramados en el piso terminaron en un sobrecito clásico. Más tarde, Eva los repartió entre ‘la liga de familiares y amigos que le piden un rulo cada vez que la ven’. Algo así como un amuleto para que los acompañe hasta el próximo corte. Arrancamos con el look Afro-punk y Eva quiere volver a la misma pelu en Halloween para probar con Kleo el look 2 o monstruo. Ya me veo yendo para Navidad, Año Nuevo y su cumpleaños y así… para probar.

Lo festejo… no hay impulso ni prejuicio que detenga a la personalidad. Miren sino…⬇

Fotos: Gallito & Cia
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Sucursales⬇
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➡Av.Jonte 5000
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«Tenés que enseñarle a querer a su papá»

Pensemos de la peor manera y también de la mejor.

¿Por qué razón un hombre, a 7.000 kilómetros cruzando el Atlántico, sigue llamando una vez por semana desde hace casi 6 años para comunicarse con una hija que conoce por skype y whatsapp? ¿Por qué, mientras tanto, espera que alguien haga algo por él para cruzar el océano? ¿Por qué sostiene el contacto cuando pudo borrarse y no dejar huella? ¿Será por cuestiones de machismo primitivo? ¿Algo así como controlar la situación siempre, aunque sea a la distancia?

¿O será por amor?

Buenos Aires y Dakar siguen lejos pero se acercan una vez por semana cuando Amadou, el papá de Eva, insiste. Si no atiendo el teléfono, acostumbra ahora a dejar audios de amor desesperado, besos y saludos. Dice y repite que se quedó congelado en nuestra historia. Que hasta que no rompa el hielo no va a poder seguir ¿Un romántico o un versero profesional?

Yo, seis años después de verlo por última vez y con una hija en común que crece y entiende cada vez más, no tengo cabeza para creer o no creer. Escucho y los conecto. Los sigo conectando. Todo armónico hasta ahí. Nada nuevo salvo que, entre audio de amor y audio de amor, cuela consejos de crianza. Así como lo escuchás.

«Vos tenés que enseñarle a la nena que quiera a su papá», sugirió en una de las últimas llamadas. Eva a veces quiere hablar y otras lo friza, como todos los niños. Imaginate que intercambian un diálogo mínimo y ella siempre se termina aburriendo. En uno de sus supuestos «desplantes», él avanzó frustrado conmigo y la educación de nuestra hija. Le corté. No pude tolerar su voz pedagógica dando ideas desde su rol fantasmagórico.

Después de cortar la llamada, llegó un audio suyo pidiendo perdón. Lo recibí como un pedido de perdón que, por el tono, excedía a la situación de su consejo desafortunado ¿Cómo le enseñas a un hijo a querer a alguien que no conoce personalmente? ¿Se puede construir un amor padre-hijo virtual?

Ayer Amadou volvió a la carga con los llamados. Eva quiso atenderlo e intercambiaron mínimas palabras y «te amos» por celular. Pudieron construir un lazo particular pero lazo al fin. «Hija, vos sabés que te amo, que sos todo para mí. Todo Senegal está esperándote. Vení con mamá a verme. Las estamos esperando»

Plural. Su imagen de familia, esa que dice tener en su mente congelada, ahí está. Con él congelado (e inmovilizado) también.

Más allá de que mi imagen no coincida para nada con la suya, Eva va a estar siempre como un puente entre nosotros. El puente que sostiene la distancia.

En algún momento de la vida van a terminarse las palabras al viento y estoy preparando y fortaleciendo a Eva -y a mí con ella- en el mientras tanto. Va a llegar el día en que nos miremos a los ojos los tres.

«Mamá, tengo miedo»

Evangelina no parece temerle la oscuridad de la noche ni a los desafíos físicos del día. Mantiene la esencia de sus primeros días: sus ojos se apagan de noche y se prenden con el sol. En el mientras tanto, se mueve sin descanso. Se trepa a todos lados, la entusiasman las nuevas experiencias. Agotadora, sí. Hace tres días aprendió a patinar y ya intenta hacer las coreos de Soy Luna. El fin de semana probó todas las camas elásticas del Rush de Pilar y fue también por los toboganes y los trampolines para los más grandes. La vi disfrutar como si estuviese en su paraíso.

No tiene miedos paralizantes a la vista. O casi.

Anoche se levantó cerca de las 5 contándome que tenía miedo. Que había soñado con el maldito Chucky y su novia de pelos naranjas. Que venían con una espada hacia ella y que les pedía que no lo hicieran. Que estaban acercándose cuando se despertó. Su mirada brillante y oscura en la noche explicando con detalles todo me conmovió. Miraba al techo como si los muñecos malditos estuvieran todavía dando vueltas por el cuarto.

La abracé fuerte, como siempre. Prendimos un velador para matizar la pesadilla. «Mirá a tu alrededor, hija. Ya te lo dije. Chucky no existe, no es real. Es un muñeco de película. Si querés mañana vemos el video en el que lo crean. Estamos en casa, estás en tu cama y yo en la mía. Nuestra realidad es linda», la tranquilicé. «Pero igual tengo miedo, mamá. Cierro los ojos y pienso cosas feas», agregó.

Con la herramienta de la meditación de años en mí (para vencer mis propios miedos), le propuse un juego. Cerramos los ojos y empezamos a pensar en nosotras, en nuestros días juntas. En todo lo que nos reímos cuando bailamos o inventamos canciones. «Contame un cuento, mamá», sugirió después. Imaginé y arranqué. Todos los personajes de mis cuentos inventados me remiten felizmente a ella.

Empezó a tranquilizarse. Le seguí hablando casi dormida dejando de a poco el estado de alerta en el que me había sumergido. Desde su somnolencia incipiente me pidió que le cantara una canción de su pasado bebé. «Cantame ‘Estrellita’, mamá», susurró. Hice memoria y avancé. «Estrellita, estrellita, ¿dónde estás? quiero verte titilar…» Seguí cantando y sin quererlo muté a otra canción muy dulce de Vitor Ramil, de mi pasado adolescente, que también habla de estrellas. «Estrella, estrella, cómo ser así. Tan sola, tan sola y nunca sufrir. Brillar, brillar. Casi sin querer. Dejar, dejar. Ser lo que se es…».

La habitación se fue llenando de letras y de acordes y así, entre estrellas, nos fuimos durmiendo las dos.