Contrafuerzas

Es un domingo lluvioso. Con Evangelina volvimos de un cumpleaños y de gastar algunas fichas en máquinas que te dan caramelos y calabazas que comen pelotas y te premian con tickets.

Eva durmió la siesta y yo la seguí. Una hora después se despertó llorando y llamándome. Si alguna vez sufrí por amor nada es comparable con el dolor que te provocan las lágrimas -aunque sean efímeras- de un hijo.

– «Me duele la panza, mamá.»
– «Tranquila, hija. Ya va a pasar.»
– «Pero me duele.»
– «No te preocupes. Vamos al doctor.»

Armé el bolso con su muda y la cargué en una queja en el primer taxi que apareció bajo la lluvia rumbo a la guardia más cercana.

«Su hija está bien, señora. Capaz esté incubando algo. Que haga dieta», diagnosticó como un loro (amargo) la pediatra de turno. Volvimos cantando y al rato Eva estaba un poco mejor.

Un hijo descubre descarnadamente lo que llevás adentro. Lo bueno y lo malo.

El domingo tuve miedo. Lo conozco bien pero con Eva fue cambiando de cara. Aparece de repente como un vendaval, creo que me va a paralizar pero no, de algún lado (¿la cabeza?) sigue saliendo una contrafuerza que lo vence.

Antes el vendaval era más fuerte y la contrafuerza más débil. Me recuerdo una madrugada helada cuando Evangelina tenía apenas cuatro meses. Acariciándola le descubrí una bolita en la nuca. El miedo se transformó en terror, la arropé para ir al polo y me subí a otro taxi. Eran más de las 3.

La bolita resultó ser una glándula típica de los cueros cabelludos grasos. Nunca me voy a olvidar la cara entre compasiva e incrédula del médico. Fue mi episodio más extremo.

Ver a Eva desganada siempre me preocupa. Nos pasa a todas las mamás, ¿no? Quizá sea un exceso de preocupación. Debo aceptar que también en situaciones habituales me autocontrolo para dejarla andar y no transmitirle mis limitaciones. Lo viví hace poco cuando se tiraba bomba en las piletas colombianas. Por dentro lo sufrí, por fuera la aplaudí. Nunca me tiré bomba en mi vida.

Es miércoles y siguen las pruebas de resistencia. Acabamos de volver de Lomas de la casa de mis papás. Anoche se incendió el segundo piso de mi edificio y mi departamento se llenó de humo.

Eva salió entre las nubes por las escaleras. Lili, la señora que la cuida, me contó que llorisqueó un poco pero que ayudó más. Que bajó sola cuatro pisos de su mano en la oscuridad hasta que en el segundo la agarró a upa un policía. ¡Bienvenida tu contrafuerza, hijita!

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