«¡Bienvenidos! Llegaron al último año del jardín de sus hijos. Se termina una etapa ¡Felicitaciones!»
Pluf. De arranque, la directora nos arroja ‘la lanza’. Madres y padres la recibimos sentados y encogidos en minimesas y minisillas preparadas para la primera reunión del año. Empezamos a decirle chau al jardín ¿y ahora?
El silencio de algunos es tapado por las bromas de otros. Cada uno hace lo que puede. A mí, ‘la lanza verbal’ parece impactarme directo en el cuello. Siento una especie de nudo en la garganta. En unos meses mi hija recibirá su diploma como Egresada 2018 y sí, caigo en las reiteradas y densas frases maternales: «ayer nomás era una bebé».
El nudo se queda ahí. Y la directora sigue… Que en mayo se viene el festival patrio (¿Eva hará de negra como yo en primaria?), que las vacaciones de invierno, que tal vez no haya foto de fin de año por los costos…
Quizás como remedio al nudo, me distraigo y me pierdo un rato en el grupo. Somos los mismos de la sala de 2 pero distintos. Crecimos con nuestros hijos. Las mujeres anotan las fechas de los eventos escolares y los hombres acompañan y matizan los datos con más chistes.
Hago foco en algunas mamás.
Está la mamá esfuerzo. Su hijo nació cincomesino y el panorama escolar no era nada alentador. Pero los médicos erraron y el nene llegó a sala de 5, se integró, está mejorando su lenguaje y es uno más de los que va a cruzar la barrera hacia primer grado.
Está la mamá pulpo. Tiene tres hijas y se organiza para poder con todo. Se le ven dos brazos pero estoy segura de que tiene muchos más, invisibles. Se nota que el último año de su hija menor en el jardín es tan importante como lo fue el de su hija mayor y el de su hija del medio. No se le escapa detalle. La imagen de la multiplicación del amor, pienso.
Está la mamá sensible. Sentada al lado mío, percibo que también se le forma un nudo en la garganta cuando pasan de mano en mano el cuaderno con renglones que desde junio empezarán a usar nuestros hijos.
Y hay dos abuelas. Son las mamás de las mamás que no pudieron llegar a la reunión. Pasó, pasa y seguirá pasando. Muchas mamás trabajamos. La daga de no poder acompañar a Eva en sus entradas y sus salidas durante el jardín fue doliendo menos con el tiempo.
Las veo especialmente a ellas aunque hay muchas más y me veo a mí. Diferentes, con puntos en común, todas en el mismo lugar.
Como desde otro mundo, conecto otra vez con la voz de la directora… «Y el festival de fin de año va a ser el 20 de diciembre. No va a haber disfraces como hasta ahora sino diplomas. Vamos a dar 4 entradas por familia o 6 si son numerosas».
Otra vez el nudo, más fuerte. No habrá familia tipo sobre el escenario en diciembre. ¿Qué haremos? ¿Quiénes estarán?
Seguramente vendrá la abuela Titi. No faltó nunca a ningún acto de Eva. Hubo muchos actos en 5 años y la «Abuelita» recorrió varias veces y en hora pico el trayecto conurbano-capital para acompañarla. Estuvo y estará. Festeja cada paso de su nieta como si fuese un cumpleaños de cambio de década. Las une un lazo que atravesará los tiempos.
No creo que tampoco se lo pierdan Lili y Mari, las superheroínas que cuidan a mi hija. Para ellas, su crecimiento es también sinónimo de fiesta. Tal vez, se sumen su madrina y sus dos padrinos. No sé si les conté que, a falta de padre cerca, Eva tiene dos padrinos de lujo que la erigieron en el podio de reina hace rato. Y varios primos y tíos y un abuelo que la aman.
Ojalá puedan venir todos porque su papá no va a estar. Ese es el nudo que todavía me cuesta desatar. Amadou dejó de llamar (por ahora). Se volvió un fantasma que aparece solo en las conversaciones Madre-Hija para después esfumarse. Pensando en diciembre y después de un trayecto armonioso en el jardín, ¿su ausencia le afectará a Eva en el final de este recorrido? ¿Subiré sola con ella al escenario? ¿Querrá subir con alguien más?
Me siento en la versión familiar de «Ciega a Citas». Tengo 234 días para definirlo.