Carta de una mamá a su leona

Querida hijita:

En 18 días terminás el jardín y, aunque no me veas, hace rato que mamá empezó a lagrimear ¡Qué le vas a hacer amor mío! Ya sabés que me emociono fácil cuando se trata de vos y no creo que esto cambie con los años.

En este momento dormís y escribo desde el insomnio. Me volví a despertar de madrugada como en las últimas semanas con esa opresión en el pecho que los psicólogos llaman angustia y que en mi caso se mezcla con felicidad.

En mis pensamientos vuelve tu imagen de los dos años ¡tan chiquita! cuando entraste tímidamente a tu primera sala, la León. Tengo la costumbre de tomar algunas vivencias como señales y en ese momento pensé que era toda una señal que te acompañaran simbólicamente los rugidos del animal más fuerte de la selva. Como una protección. Hasta festejé la coincidencia: rotundamente africano, tu papá siempre se identificó con la figura del león. Tal vez, era una manera de que él también estuviera presente.

Ahora que ya pasó tanto tiempo te cuento que miles de días fantaseé con su llegada. Vendría, íbamos a caminar juntos los tres, te buscaría en el jardín, rompería estructuras con su estilo irreverente. Iba a ayudarte a sostener tu identidad frente a tus pares. Lo deseé fervientemente -por vos y por mí, en ese orden-. Cubrí su vacío con explicaciones a los maestros durante todo este viaje escolar que está por terminar.

El nunca vino pero vos pudiste crecer con su ausencia en este espacio bien tuyo. También creciste con mi escasa presencia los días de semana. Te pido perdón por las contadas veces que te llevé o fui a buscar al colegio. Hice lo que pude. Desde que naciste -y desde antes- trabajo muchas horas y no tuve otra opción. Estuvieron en mi lugar mujeres increíbles que te guiaron con paciencia, valores e infinito amor. Yo, mientras tanto, me resigné con ir a cuánta reunión de padres y clase abierta hubo y no falté a ninguno de tus actos de sala de 2, 3, 4 y preescolar. Tengo en la memoria como tesoros todas tus caritas y actuaciones de los festivales en los que pujé (literalmente) por estar en primera fila.

Siempre tuve la certeza de que te ibas a integrar a todo, con esa capacidad sabia que tenés desde que naciste. Avanzaste en un andar de mínimos “obstáculos”. Me llamaron la atención dos veces: una en la sala de 4 porque te dabas besos con un compañero (con el que insistís te vas a casar y tener hijos) y otra hace poco porque te encontraron una torta que yo me olvidé de sacarte de la mochila y pensaban que habías sido vos la que la había escondido.

El viaje duró cuatro años. Fue un viaje largo pero corto. Así lo siento ahora que está por terminar. Llegamos volando al final de esta etapa. Empezaste tímida y llorona y te vas caprichosa (lo heredaste de mamá), inquieta, curiosa, hiper comunicativa y desafiante. Te vas escribiendo tus primeras palabras y llena de amigos que te quieren y que querés y defendés ¡mirá vos! con uñas y dientes. Son los mismos que te eligieron este año para llevar la bandera argentina no por aplicada sino por buena compañera.

El 18 de diciembre es el último día del jardín y el 20, la entrega de diplomas. Habrá fiesta en el teatro. Va a estar la abuela, tu madrina, tus primas y yo en la fila de nuestra familia. No podemos ser más porque son las entradas que dan por nene. Seremos tu equipo de 5 que te aplaudirá en representación al clan López y a todos los que aplauden desde hace rato desde su anónimo lugar. Preparate para mis gritos-aullidos, esos que querés acallar pero que tanto te hacen reir.

Ya sabés, papá no va a estar aunque seguramente, como pasa con los momentos importantes de tu vida, presienta algo y llame miles de veces hasta que atienda. Como en el día que naciste. Es la manera que pudo encontrar para estar sin estar.

Sé que este viaje será para vos un dulce recuerdo. Un aprendizaje de esos profundos que vuelven cada tanto en otros momentos de la vida. Sé también que vas a leer esta carta en unos años, cuando yo esté preparando la próxima para otra de tus etapas. Es la forma que elegí para guardar para siempre tu historia. Pero ahora vos dormís y yo, desvelada, te miro y se vuelve a producir uno de esos milagros inexplicables que se producen desde tu llegada: no lo puedo creer.

¡A caminar mi leona! Se abre una nueva puerta. Sigo tus pasos.

Orgullosa de vos siempre.

Te ama infinitamente.

Mamá.

2 comentarios en “Carta de una mamá a su leona”

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