«Estoy triste porque no te vas a volver a enamorar de mi papá»

Evangelina llora cuando algo no le sale como ella quiere, por capricho. Como yo a su edad, según cuenta mi mamá. Es difícil que lagrimee por un golpe. Solo si se enferma, baja la guardia, detiene su incesante movimiento y se aferra a mí para que la sostenga. Tiene que ser algo que realmente la perturbe, tiene alta resistencia al dolor.

No creo ser la única madre en el mundo que se quiebra por dentro con las lágrimas de un hijo. Sin exagerar, me duele mucho ¿Les pasa? Cuando son caprichos, paro y recuerdo que la frustración forma parte de la vida y dejo que llore y se frustre hasta que el llanto se detiene. Es ahí cuando todo vuelve al estado anterior con un nuevo aprendizaje o límite.

Pero cuando Eva llora imprevistamente, se para mi mundo. Eso pasó unas noches atrás. Nos íbamos a dormir y, ya en la cama, la vi caída. Hice un repaso rápido por todo lo que se ve. Le toqué la frente y no tenía fiebre. ¿La panza, los oídos, algún resfrío cerca?, nada de eso. No había dolor a la vista. Su día en el jardín había sido normal, sin sobresaltos. ¿Y entonces?

-«¿Qué pasa mi amor? ¿Estás bien?»
-«No, mamá. Me voy a dormir triste porque vos no te vas a volver a enamorar de mi papá», me dijo y se puso a llorar.

¿Qué? ¿Cómo pasó? ¿Por qué ahora? ¿Cómo la remonto?, me pregunté en un segundo de silencio interminable. ¿Cómo llegamos hasta acá? Sin demasiadas vueltas y frente a su mirada negra tan dulce y profunda, opté por la verdad como respuesta, como siempre con ella: «Es así hija, no te pongas triste. Estuve muy enamorada de tu papá mucho tiempo, por eso te tuvimos, por eso estás acá. Pero eso ya pasó. Nunca más lo volví a ver»

Mi respuesta elevó su tristeza. Estaba casi dormida y se despertó y lloró más. Entre lágrimas, empezó como un adulto a elaborar teorías de un posible reencuentro y re-enamoramiento entre su papá y yo.

Se le ocurrió que podíamos viajar a Senegal para compartir unas vacaciones con Amadou. «Pasamos unos meses con él, conozco a mis abuelos, tíos y primos. Seguro que lo ves y te volvés a enamorar, mamá. Daleeeee!»

No se detuvo. Después, se ilusionó con nuestro casamiento en tierras afro. «Y te vas a casar con él y va a estar todo bien, mamá». Se imaginó que incluso volvíamos todos juntos a Buenos Aires, para armar la familia que tuvo varios años de vida virtual pero ninguno de vida real.

– «No, Eva», me entristecí también. «Ojalá pudiera decirte que sí, pero no hija. Vos vas a conocer a tu papá, eso sí te lo prometo. Tal vez el año que viene vamos a Africa, lo tenemos que organizar. Eso sí es posible.»

Se durmió llorando y yo también. Pensándolo internamente quizá mi hija esté percibiendo que estoy transitando otro camino. Que olvidé a su papá.

Durante muchos años lidié con la presencia-ausencia de Amadou en nuestras vidas. Me ilusioné y, sin una explicación racional, lo seguí amando a la distancia. Tardé mucho tiempo en sacarlo de mi corazón hasta que un día, sin demasiadas vueltas, se fue para siempre. Y ahora, que llegué hasta acá con una firmeza plena, nuestra hija intenta que no se vaya. Como en la película «Coco», a veces no es necesario morir para que alguien te recuerde y, de alguna manera, vuelvas a vivir.

«Virgencita, te pido un novio para mi mamá y un hermano para mí»

¿Leyeron?

Sentí el impacto como un baldazo de agua helada -de los polos y todos los territorios fríos del mundo- directamente en mi cara y en pleno Palermo.

Esas fueron las palabras de mi hija Evangelina después de la charla que compartimos el sábado con familias de “Somos Familia” -una sección de TN de la que participamos- en la Feria del Libro.

Veníamos felices después de escuchar historias conmovedoras, de esas profundas que no te olvidás más. Enfilamos para tomar algo y ahí estaba, tras las rejas, la ermita de la Virgen de Luján. Eva se detuvo frente a ella para lanzar su plegaria: «Virgencita, te pido….» Lo hizo con la misma naturalidad con la que improvisa canciones, baila o hace piruetas. Lo que siguió fue una especie de reverencia a la virgen y sus clásicas medialunas y verticales en continuado como despedida.

Con mis amigas nos quedamos petrificadas ¿Habíamos escuchado bien o había sido una alucinación masiva?

Pasado el semi-congelamiento, nos reímos. Yo menos que el resto. ¿Qué me está queriendo decir mi hija?, pensé.

Atando cabos, recordé a Eva sentada a mi lado durante nuestra charla. Estuvo callada y quieta (algo excepcional), observándome y observando todo.

Yo volví a hablar por enésima vez del momento en que deseé ser mamá, de nuestra historia con su papá en Atenas, de mi embarazo a los 40 años. Volví a hablar por enésima vez del después, de su ausencia física y de su construcción como papá virtual. De sus llamados efímeros, de su contacto insuficiente con su hija para mí. Volví a hablar por enésima vez de nosotras hoy, de que avanzamos felices juntas.

Siempre que Eva se calla y hace un alto en su movimiento, se viene alguna reflexión que te noquea. Y me noqueó.

Por eso, retomando los puntos principales de mi charla, llegué a una especie de conclusión interpretando sus gestos y sus palabras. Me imaginé a Eva hablando como en el Diario de Greg, el chico que escribe un diario personal con una mirada irónica de, entre otros, sus padres. Pero en nuestra versión:

* Concepto 1:
Yo: «Eva tiene un padre ausente que hace casi seis años se comunica con ella por skype y/o whatsapp desde Africa. Un papá virtual. Me enamoré de él en Atenas y supe que iba a ser el padre de mis hijos»
Ella: «Mi mamá se la pasa hablando de mi papá, del amor que vivieron en Grecia, de lo que vino después. Tiene que cambiar de tema. Aburre»

* Concepto 2:
Yo: «Es difícil pero se puede criar sola a los 46»
Ella: «Otra etapa superada. Habla como si fuese una anciana y yo una bebé. Es hora de que piense en la etapa que sigue»

* Concepto 3:
Yo: «Somos una familia de a dos que va por la vida feliz»
Ella: «Cortémosla con la familia de a dos. La pasamos muy bien pero estaría bueno que se busque un novio y que tal vez yo tenga la suerte de tener un hermano»

Es difícil saber si ella pensó de esta manera pero algo me dice que no estoy muy lejos de su verdad.

Tenés razón, Eva. Adiós al pasado y a lo que falta, hija. Hablemos de amor y de mover las fichas.

De patear el tablero otra vez.

«How are you, Papito?»

Y un día se da vuelta la taba, diría mi abuela.

Eva está aprendiendo inglés en el jardín. Se levanta y te saluda con un ‘hello’, quiere saber cómo estás y te tira un ‘how are you?’, te responde seguido con ´yes´ y se despide con un ‘bye’ cuando cierro la puerta de casa para irme a trabajar. Aprendió unas pocas palabras, las suficientes para sorprenderme y hacerme reir y para comunicarse a media lengua con su papá.

«Papito» -como le dice a Amadou- reapareció con mensajes por whatsapp después de casi tres meses de ausencia. Siempre creo que un día va a tirar la toalla y va a desaparecer del todo pero me equivoco. Su ‘hello’ volvió el viernes desde Senegal para preguntar por Eva y pedirme fotos y videos. No estábamos juntas así que le mandé imágenes de nuestra hija haciendo la medialuna con una mano, bailando con un hombre-estatua en la calle o jugando con sus amigos en casa. Se sorprendió por su altura y su pelo, ambos rasgos con su sello. «Tiene tu belleza y mi agilidad. Decile que la amo y que la extraño», cerró.

Su mensaje llegó a destino. Eva sonrió cuando le conté y siguió con lo suyo. Hasta que durante el feriado largo volvió a levantarse hablando en inglés y me pidió hablar con su papá.

– ¿Cómo se dice ‘Papito’ en inglés, mamá?
– «Daddy», amor.
– Llamalo entonces que le voy a decir: «Hello Daddy, How are you?».
– Dale, le mando un mensaje para que te llame.
– Y yo le mando un audio.

Amadou no tiene celular (se le rompió hace meses) así que hay que hacer una mini producción periodística para ubicarlo en los celulares de sus amigos o sus familiares. ¿Sería más fácil que se comprara uno? La verdad, así está bien. Llama cuando puede ¿o se acuerda? A veces me pregunto qué hace mientras se pierde durante tantos meses y cuando me doy cuenta que estoy malgastando energías desvío el pensamiento. No importa. Es el padre que es, el que eligió ser.

Mi mensaje con el audio adjunto de Eva diciéndole «Hello Daddy, How are you?» voló al celular de su hermana y de un amigo-vecino.

Una hora después, Amadou apareció. Eva estaba grabando videos con sus primas mientras terminábamos de comer un asado. Lo atendió y charlaron un poco. Puso el celular en altavoz. Sus primas compartieron algunas palabras en inglés con él también y él les habló en español. Hasta que se cansaron. Los videos de Musical.ly le ganaron a «Papito». «Que me llame cuando ella quiera, a la hora que quiera», terminó conmigo la comunicación.

Y un día se da vuelta la taba, diría mi abuela. Con más herramientas, ahora Eva pide llamarlo y quizá no espere más a que su papá la llame. Arrancó una nueva etapa de tantas que hemos transitado ¿Se abrió el tiempo de demandas desde la Argentina?

«Es probable que además, justo ahora que te siente definitivamente lejos de él en lo afectivo, ella quiera llamarlo y quiera unirlos», reinterpreta mi psicóloga.

Como en «Ciega a citas», tengo 234 días para resolver la ausencia

«¡Bienvenidos! Llegaron al último año del jardín de sus hijos. Se termina una etapa ¡Felicitaciones!»

Pluf. De arranque, la directora nos arroja ‘la lanza’. Madres y padres la recibimos sentados y encogidos en minimesas y minisillas preparadas para la primera reunión del año. Empezamos a decirle chau al jardín ¿y ahora?

El silencio de algunos es tapado por las bromas de otros. Cada uno hace lo que puede. A mí, ‘la lanza verbal’ parece impactarme directo en el cuello. Siento una especie de nudo en la garganta. En unos meses mi hija recibirá su diploma como Egresada 2018 y sí, caigo en las reiteradas y densas frases maternales: «ayer nomás era una bebé».

El nudo se queda ahí. Y la directora sigue… Que en mayo se viene el festival patrio (¿Eva hará de negra como yo en primaria?), que las vacaciones de invierno, que tal vez no haya foto de fin de año por los costos…

Quizás como remedio al nudo, me distraigo y me pierdo un rato en el grupo. Somos los mismos de la sala de 2 pero distintos. Crecimos con nuestros hijos. Las mujeres anotan las fechas de los eventos escolares y los hombres acompañan y matizan los datos con más chistes.

Hago foco en algunas mamás.

Está la mamá esfuerzo. Su hijo nació cincomesino y el panorama escolar no era nada alentador. Pero los médicos erraron y el nene llegó a sala de 5, se integró, está mejorando su lenguaje y es uno más de los que va a cruzar la barrera hacia primer grado.

Está la mamá pulpo. Tiene tres hijas y se organiza para poder con todo. Se le ven dos brazos pero estoy segura de que tiene muchos más, invisibles. Se nota que el último año de su hija menor en el jardín es tan importante como lo fue el de su hija mayor y el de su hija del medio. No se le escapa detalle. La imagen de la multiplicación del amor, pienso.

Está la mamá sensible. Sentada al lado mío, percibo que también se le forma un nudo en la garganta cuando pasan de mano en mano el cuaderno con renglones que desde junio empezarán a usar nuestros hijos.

Y hay dos abuelas. Son las mamás de las mamás que no pudieron llegar a la reunión. Pasó, pasa y seguirá pasando. Muchas mamás trabajamos. La daga de no poder acompañar a Eva en sus entradas y sus salidas durante el jardín fue doliendo menos con el tiempo.

Las veo especialmente a ellas aunque hay muchas más y me veo a mí. Diferentes, con puntos en común, todas en el mismo lugar.

Como desde otro mundo, conecto otra vez con la voz de la directora… «Y el festival de fin de año va a ser el 20 de diciembre. No va a haber disfraces como hasta ahora sino diplomas. Vamos a dar 4 entradas por familia o 6 si son numerosas».

Otra vez el nudo, más fuerte. No habrá familia tipo sobre el escenario en diciembre. ¿Qué haremos? ¿Quiénes estarán?
Seguramente vendrá la abuela Titi. No faltó nunca a ningún acto de Eva. Hubo muchos actos en 5 años y la «Abuelita» recorrió varias veces y en hora pico el trayecto conurbano-capital para acompañarla. Estuvo y estará. Festeja cada paso de su nieta como si fuese un cumpleaños de cambio de década. Las une un lazo que atravesará los tiempos.

No creo que tampoco se lo pierdan Lili y Mari, las superheroínas que cuidan a mi hija. Para ellas, su crecimiento es también sinónimo de fiesta. Tal vez, se sumen su madrina y sus dos padrinos. No sé si les conté que, a falta de padre cerca, Eva tiene dos padrinos de lujo que la erigieron en el podio de reina hace rato. Y varios primos y tíos y un abuelo que la aman.

Ojalá puedan venir todos porque su papá no va a estar. Ese es el nudo que todavía me cuesta desatar. Amadou dejó de llamar (por ahora). Se volvió un fantasma que aparece solo en las conversaciones Madre-Hija para después esfumarse. Pensando en diciembre y después de un trayecto armonioso en el jardín, ¿su ausencia le afectará a Eva en el final de este recorrido? ¿Subiré sola con ella al escenario? ¿Querrá subir con alguien más?

Me siento en la versión familiar de «Ciega a Citas». Tengo 234 días para definirlo.

Mamá derrape: la película equivocada

Entusiasmada, busco todas las semanas alguna película infantil para ver con Eva el fin de semana. Nos vimos casi todas. Quiero trasmitirle mi amor por el cine mientras ella me transmite su amor por los pochoclos. Vamos bien ambas. Pero puede fallar. De hecho falló el sábado pasado.

«Ploey» es la película de un simpático chorlito que atraviesa muchos obstáculos para crecer-volar. La vida misma. Perfecto, evalué. Y el ritual se repitió: cine con la butaca extra para ver mejor, sonrisas, pochoclos desbordantes (¿no tendrían que hacer los pochoclos en cajas con tapa como las gaseosas?), alegría… hasta que empezó la película.

En el segundo dos, al dulce chorlito se le muere el padre. Se lo come un halcón poderoso sin mediar un mínimo de defensa o un tímido pedido de auxilio. Minutos después, Ploey se aleja de la bandada y pierde nada más ni nada menos que a su mamá y a su amigovia. Se queda solo como pollito mojado y para encontrarlas tiene que atravesar un desierto de hielo en el que sus plumitas se congelan. En el medio, los que quieren ayudarlo también sufren principios de hipotermia y por momentos rozan la muerte. Todo eso, todo junto.

Eva rompió en llanto por intervalos durante toda la película. Le propuse irnos varias veces pero quiso esperar a que llegara «el momento feliz» que nunca llegó. Su berrido no fue el único. La sala se llenó de niños lagrimeando y madres semi-espantadas preguntándonos en la oscuridad si lo que estaba pasando era cierto.

Al terminar «la peor película infantil que vi en mi vida y que merece el spoileo», Eva se encargó de pasarme la factura correspondiente. Me intimó con estas palabras: «Mamá, la película fue horrible. No entiendo cómo elegiste esto. La próxima vez, consultame». Silencio. Mientras bajábamos las escaleras mecánicas que no admiten crocs, me fue mostrando además los afiches de las películas que sí son las indicadas y que le hubiese gustado ver.

Que venga ET, «el mejor personaje de la mejor película que vi en mi infancia», y me abduzca.

La plaza de los negros

A mi hija le gusta una plaza que queda bastante cerca de nuestra casa. Es un lugar que, en las formas, no tiene nada de especial. Remodelada recientemente, replica otras plazas de otros barrios porteños. Digo en «las formas» porque hace unos días descubrí que guarda un secreto.

Fue el viernes pasado. Salimos con Eva del jardín y ella me convenció de pasar por «su» plaza antes de que cayera el sol. La tarde era perfecta.

Llegamos y arrancó al instante con su periplo de juegos. A mi hija se le activa una especie de chip cuando ve calesitas y toboganes. Empieza a dar vueltas por todos lados para no perderse nada y yo voy atrás corriendo con la falsa idea de que voy a evitar que se lastime alguna vez.

Ese día arrancó por su sector preferido: el de los pasamanos. Es ahí donde ella, en plenitud, desafía las leyes de la gravedad y yo siento en riesgo mi capacidad coronaria. Siempre estoy como al borde del infarto.

Mientras la veía cabeza para abajo, corrí la mirada. Cerca, había una negra que, por su tonada, parecía cubana. Estaba con su niña. En un momento, la negra me sonrió y clavó los ojos en mi negra que colgaba de las escaleras en el aire. «Eh, chica, tú sí que tienes swing», le lanzó divertida. Asentí. Es verdad que Eva tiene el movimiento liviano y seguro de los negros.

Del pasamanos, nos transportamos en segundos a las hamacas donde también suelo entrar en pánico. Ella se balancea y quiere llegar alto y yo, más terrenal, deseo fervientemente que aminore la marcha.

Entre reflexión y reflexión, se me puso a hablar la mamá de otra nena. «Se ve que hoy tengo cara de sociable», pensé. La chica, psicóloga, me preguntó si Eva hacía gimnasia artística por sus medialunas constantes entre juego y juego. «No, estoy buscando club», le conté. «La mía va con su papá a telas. El es colombiano», remarcó. «Ah, mirá, es afro como la mía. El papá de ella es senegalés», agregué.

En los minutos siguientes, mi hija desapareció de las hamacas y apareció en el subibaja. Empezó a subir y bajar y subir y bajar con otra nena de rizos rubios. Su mamá, rubia también, me saludó a lo lejos y me hizo señas de que fuera a tomar unos mates. Me acerqué tímidamente y también nos pusimos a charlar. Me contó que su marido era dominicano y que detectaba en Eva “delicados rasgos afro”. Se lo confirmé y nos reímos un rato hablando de las mezclas y de los encuentros.

Sin conocernos, nos habíamos juntado distintas mamás «afro-style» en el mismo espacio y momento. Y, como una cita plural, había también otras madres de porteñitos, chinos y gitanos, sin barreras a la vista. «Está ganando la diversidad, carajo», gritó mi voz interna.

Visión futurista

Con un ojo en el mate y con otro siguiendo a mi hija, se sentó al lado mío una versión parecida a Eva, pero en grande. Fue shockeante. «Tu hija es preciosa», rompió el hielo. «Gracias», le dije. «Te veo y es como verla a ella en el futuro», le confesé. Ella me contó que era de Bahía, Brasil. Que habían venido con su marido a estudiar a Buenos Aires y que había quedado embarazada del bebé que tenía en brazos.

Nos perdimos hablando del racismo de los grandes que afortunadamente está sintiéndose menos o nada en los niños. Del pelo y de las técnicas para lograr “una mota perfecta”. Del día que nació su hijo y mi hija, ambos con la piel rosada. «Es que el color se define con el tiempo”, aporté, recordando lo que me dijeron en la última ecografía de Eva hace ya más de 5 años. «La mía también nació rosada», sumó la chica del mate. Le faltaba música de tambores y estábamos todos.

Caía el sol y tuvimos que huir de una tormenta feroz.

Con Eva prácticamente a remolque (no quería irse), me quedé pensando en las coincidencias y en un mundo que está creciendo desde abajo del asfalto y que ya llegó a la superficie.

Buenos Aires tiene en algún lado una perla negra. Yo la encontré gracias a mi hija y, en honor a su origen, le pusimos un nombre: la plaza de los negros.

Mi hija me dejó «pintada» el primer día de clases

Evangelina está por cumplir cinco años y ya vivimos cuatro inicios de clases juntas. Cierro los ojos y la/me veo en los distintos comienzos. Más chiquita ella y más joven e insegura yo. Más llorona ella y más nerviosa yo, más adaptada ella y más relajada yo. Y así, hasta el último primer día: 1 de marzo: más independiente ella/más “pintada” yo.

Nada es lo que era al principio. Hasta mi frase de cabecera escolar “el papá no vino, sigue en África, avísenme si ven algo raro”, quedó en desuso.

A los dos años
Me quedaba espiando por la cerradura de la puerta de la sala o por alguna hendija por la que se colaban los rulos de Eva. Ella lloriqueaba y se quedaba un rato a upa de alguna de las maestras. Era la última imagen que podía ver hasta que nos invitaban amablemente a irnos del colegio. Recuerdo que, mientras salía, se encendía mi alarma con cada nene que lloraba. Como un cordón umbilical sonoro, es el día de hoy que puedo distinguir el llanto de Eva a varios metros de distancia. Una habilidad que compartimos muchas. Estoy segura.

A los tres años
El despegue fue más rápido. Eva entró sonriendo a la sala al reconocer a sus compañeros y ni se inmutó cuando me fui. No tuve que buscarla por la hendija porque las puertas estaban abiertas. Su última imagen fue haciendo torres con sus amigas. Igual tuve que «quedarme en zona» durante dos semanas por si… Como en los aeropuertos, habría que armar «salas de espera para padres en período de adaptación». Con una mamá, conocimos todos los cafés de los alrededores.

A los cuatro años
No hubo adaptación. Nos hicieron pasar a la sala para sacar “la foto de Facebook” y después, cada uno a su casa. Fue el año pasado. Entre la entrada y la salida, aproveché para dormir siestas y ver películas. Siempre me tomo vacaciones para esta fecha para acompañar a mi hija en el arranque.

Y llegó la sala de cinco.
Preescolar. Último año en el jardín, toda la emoción y la energía puestas en el primer último día antes de la Primaria. Acepté su idea de llegar al colegio con sus 20 kilos a cocoyito. Calor de 30 grados, calles cortadas por la apertura de sesiones ordinarias, dos bolsos y ella colgada en mis hombros.

Entramos y me cayó el primer baldazo. Eva se bajó sin titubear y avanzó hacia sus amigos. Post cocoyo, me acomodé la ropa preparada para la ocasión y, ante la ausencia de hija, me dediqué a saludar a los padres que solo veo en actos y cumpleaños.

Mientras estaba con los amigos, le saqué miles de fotos en la misma pose: esperando o jugando a ‘Choco choco la la, choco choco te te…’¿ lo conocen?. La bandera, la fila, los chicos, los padres, las maestras. Esperé una señal de Eva antes de irse a la sala y la señal llegó. Me acerqué a saludarla y me fulminó con la mirada. “Andá, mamá”, deslizó con tono adolescente y partió.

La última imagen que tengo de ella antes de perderla entre los demás fue subiendo una escalera. Imaginé que se iba a dar vuelta para sonreírme. Practiqué internamente el clásico “que me mire, que me mire”, pero no. Nada.

Creo que los pasos que van dando los hijos son como pequeños ensayos, hasta que un día toman carrera y levantan vuelo propio. En mi caso, recordaré que en sala de cinco mi hija tuvo “un vuelo inaugural”. Y, como tiene que ser, yo me quedé abajo, acompañándola.

«Quiero que seas mi papá»

¡Hola, Amadou! Aquí otra vez yo escribiéndote una carta. La primera fue para el día del padre de hace unos años. Te decía que Evangelina había crecido tanto que ya llegaba a la bacha para lavarse las manos sin mi ayuda y que empezaba a cambiarse sola. Te decía también que estaba llenándose de amigos y que muchos de los hombres que la rodeaban la cuidaban y la querían como un papá aunque no lo fueran.

Todo sigue cambiando muy rápido de este lado del oceáno y es muy difícil explicártelo por WhatsApp cuando hablás con la nena e intercambiamos preguntas y respuestas de fórmula.
Eva va camino a los 5. Lo escribo y no lo puedo creer. Si, como dicen, los primeros años de un niño son fundamentales para el resto de su vida, vamos bien con este principio. Nuestra hija sigue atravesada -como desde que nació- por la alegría. No es ella si no bromea y sonríe. Tiene alma de sol.

Bromea, sonríe y también desafía. Es una especialista en ir al frente. Si algo no le gusta o no la convence no lo deja pasar, lo dice y trata de modificarlo. No se calla y agarrate… Me sigue haciendo acordar al que eras vos hace un tiempo. En estos días recordé cuando, en Atenas, te peleaste con el griego que te quiso robar en el colectivo ¿Te acordás? Le dijiste que no se meta con los africanos, que África era sinónimo de honestidad. Nunca escuché a alguien defender tan vehementemente su origen y sus principios. Bueno, aplicalo, a la nena y a su metro diez.

También me acordé de vos anoche. En mi afán por recuperar el tiempo que ocupo trabajando, llegué a casa y empecé a preguntarle a Eva sobre su día, qué había hecho, con qué amigo había estado en la colonia, etc. De repente, me pidió que parara, que estaba entrenando ¡Entrenandoooo! Sí, escuchás bien. Estaba haciendo algo así como flexiones de brazos en el piso, igual que vos. Es tu ADN. Yo hace tres años que, por falta de tiempo, no piso un gimnasio… Así que bueno, durante su “entrenamiento”, empecé a leer un libro (como en Grecia mientras vos entrenabas). “Es que me encanta el movimiento, mamá”, me confesó después y exploté de risa.

En la carta del día del padre de hace un tiempo te decía que la nena estaba rodeada de amor. Y te hablaba de sus amigos y de sus “hombres custodios” que la aman infinitamente. Bueno, ese amor fue creciendo y la red es cada vez más grande. Son como anillos que se suman a su alrededor.

En el anillo más profundo, sus “hombres custodios” de la familia se desviven por ella. Te lo juro, es conmovedor y gracioso a la vez. Los envuelve con su carisma, les despierta una ternura inmensa y los hace reír. Siempre los hace reír. Hay que verla y verlos en los almuerzos de los domingos. Tiene un código distinto con cada uno.

Al marido de mi hermana lo deja llevarla. Sobre todo a upa y a cocochito. Y él hace un esfuerzo grande enfrentando sus dolores de espalda. El último fin de semana largo que fuimos todos a Mar del Plata, corrió con ella varias cuadras a upa solo para divertirla.

A sus primos adolescentes, los desafía. Huye de sus abrazos y de sus besos. Los torea hasta que la atrapan y deja que la quieran.
Con su padrino, mi hermano menor, comparte su pasión por la música. Guitarrean, arman canciones, empezaron a unirse artísticamente. Me hace muy feliz porque sabés que yo soy un desastre con mis elecciones musicales.

Con mi hermano mayor pasa algo especial. Vos hablaste alguna vez con él. Si! El de los cuatro hijos, que se reparte en mil para estar con todos siempre con una sonrisa. Ese. El domingo pasado, estaba el clan López en pleno en la mesa. Evangelina tomó la palabra y le pidió si quería ser su papá. Imaginate… Nos quedamos todos medio petrificados. Creo que él sintió que quería decirle que sí, pero se detuvo. Yo le expliqué que su papá eras vos, que estabas en África, que… Pero ella insistió, sabe elegir. Sé que una parte grande del corazón de mi hermano es de ella.

Y después, mi papá, el “abuelito”… ¡Qué decirte! Escribo y me viene una imagen de fin de año que lo resume. Todos agradecíamos a 2017 por las cosas que vivimos, para recibir con todo al 2018.
Cuando le tocó a él, dijo que prefería mantenerlo en la intimidad. Pero enseguida, se acercó a Eva, le acarició las motas y le dio un beso.
En nuestro mundo, el amor sigue marcando el pulso medido en los pequeños y los grandes gestos. Y como verás, aunque vos no estés, otros hombres están ocupando tu lugar.

Muchas veces pienso y revuelvo el tiempo. Siempre termino agradeciéndote por todo lo que nos dejaste. No puedo tenerte bronca aunque lo intento. Nuestra hija traspasó y traspasa todas nuestras barreras y más.

Te agradezco por ella y por mí ¿Pensás que soy una tonta como creen muchos? Yo creo que no. Si no, decime… Si no hubiese sido todo como fue… ¿A quién estaría yo esperando que se despierte ahora?

Soltarlo, soltarla, soltarme

Me costó mucho soltar a Amadou, el papá de mi hija. Diría que pasaron tres años hasta que un día se fue de mí. Con dolor, con bronca, con resistencia pero un día se fue. Y ese día supe que no iba a ocupar más el lugar que ocupó sin estar físicamente. Un lugar que había ocupado su voz y su recuerdo ¿Increíble no?

Sigo siendo la misma en ese sentido. Soy de las personas a las que les cuesta soltar. Me cuestan las despedidas, las mínimas y las máximas.

No vuelvo a los lugares en los que estuve con personas muy queridas porque prefiero que queden en mi corazón y en mi cabeza como los dejé.

Me da tristeza que cada año pasen la Navidad y el Año Nuevo y que se lleven la magia de los tiempos de fiesta.

Prefiero no darme cuenta cuando se está yendo el Verano porque, sobre todo desde que nació mi hija, es para mí sinónimo de plenitud y disfrute profundo. Mis veranos con Eva tienen siempre aire de mar aunque nos quedemos en la ciudad.

En sus primeras horas de vida, sufrí cuando se iba a los controles de rutina que le hacían en la clínica. Después me costó infinitas lágrimas dejarla en una guardería y hace poco lloré cuando empezó la colonia por miedo a que no se adaptara.

Es un clásico diario: me sigue costando dejarla al mediodía para irme a trabajar aunque sé que vuelvo a la noche y todo continúa.

Eva cumple 5 años en marzo. Y no hay red que no quiera contenerla.

La ausencia de padre multiplicó al infinito las presencias a nuestro alrededor. Tiene decenas de amigos, chicas que la cuidan mejor que yo, un barrio que la reconoce y quiere. Y, en primera línea, están sus abuelos, tíos y primos que siempre están si decido un día despreocuparme y hacer planes sin ella.

El último fin de semana tuve un casamiento y Eva voló a lo de mis hermanos, sus custodios preferidos. No se acordó de mí y yo por momentos me olvidé de ella. Tomé solo una copa de vino para dormir sin sobresaltos. Bailé mucho. Volví muy cansada a casa. Me acosté a las 5 de la madrugada y me levanté a las 10 y no pude dormir más.

Su nacimiento activó un chip que sigue funcionando aunque no esté. No puedo relajarme del todo si no está cerca. Y si está cerca estoy en alerta siempre. Y así… Recargo las pilas del chip con las largas siestas de domingo en lo de mis papás o cuando la dejo por horas en lo de algún amiguito.

Ella no percibe nada o percibe poco. Va por la vida dando saltos al aire, desafiando al viento. Cuando me voy, suele lloriquear un rato o decirme que me va a extrañar pero al rato ya está bien. Mientras a mí me cuesta repararme, ella no se detiene. Y es ahí cuando sigo celebrando por las dos.

Intensamente

Fui a ver «Intensamente» gracias a mi hija y desde ese día se transformó en una de mis películas preferidas de la adultez. Sé que muchos sentimos lo mismo. Nos identificamos con su mensaje: cada etapa de la vida deja recuerdos y emociones de distintos colores. Aunque no nos demos cuenta, quedan ahí. Vamos a convivir para siempre con «esferas» de alegría, miedo, tristeza, desagrado y furia.

En mi caso, el nacimiento de mi hija me llenó de «nuevos pensamientos centrales» -así los llama la película-, de nuevas esferas de colores.

Cumplí 46 años hace días y la típica balanza del paso del tiempo me hizo acordar de algunos de esos momentos únicos, de sus primeros días y de nuestras últimas horas. Si pudieran escanear mi cabeza verían las esferas claramente.

Esfera de Alegría I- El nacimiento
Marzo de 2013. Cerré los ojos. La anestesia estaba haciendo efecto. Escuché a mi médico que contaba un poco mi historia al resto de su equipo. Escuché la voz de mi mamá. Todo iba a ir bien. Agua, mucha agua. «Ahí viene»… Sentí cada segundo de lo que pasó aunque no fue un parto natural. Está perfecta, dijeron. Y se me acercó mi mamá con Eva y su cara húmeda, hermosísima. Nada podrá borrar esa imagen. “Bienvenida hijita”, fueron mis primeras palabras.

Esfera de Miedo I – La sangre
Junio de 2013. Eva tenía días cuando le detectaron una anemia crónica que había que investigar. “Su factor de sangre es AB+ -describió la doctora del servicio de Hematología del Garrahan-. Es receptora universal. Y tiene hemoglobina C, una adaptación de los glóbulos contra el paludismo, como en África. Nada preocupante”, agregó. Después de mis lágrimas, terminamos riéndonos las dos. Nada grave, finalmente. Duro igual para mí que recién empezaba a entender lo que era ser mamá. Recuerdo que salí del hospital y respiré bocanadas de aire fresco como si fuese la primera vez.

Esfera de Miedo II – Los bultitos
Madrugada de julio de 2013. Hacía mucho frío. Eva tenía apenas cuatro meses. Con ella en brazos, me subí a un taxi rumbo a la guardia. Ya mi mamá había vuelto a su rutina y no tenía con quien desahogarme. Estábamos solas. Me acuerdo que, después de darle la teta, mientras la acariciaba, descubrí que tenía unos bultitos en la nuca. El terror crece con la soledad. Sentí una corriente de hielo que me subía por las venas. Actué. En la clínica me dijeron que esos bultitos eran glándulas sebáceas. Otro susto. Otra esfera.

Esfera de Alegría II – La risa
Lunes de la semana pasada. Dos de la mañana (sí, leyeron bien). Eva tenía los ojos abiertos como dos luceros. Empecé yo con las cosquillas y siguió ella. No sé si fue porque estaba cansadísima y bajé la guardia o por su sostenida fuerza, pero no pude moverla de mi panza y me reí sin parar hasta llorar. No recuerdo haberme reído así en mi vida antes de ella.

Esfera de Alegría III – Los deseos
* Minutos antes de las 12 del 17 de enero, el día de mi cumpleaños, en lo de mis papás.
«No vengas a la cocina, mamá. Hay una sorpresa…», me dijo. Se hicieron las 12. «Cerrá los ojos, Má. ¡Ahora abrilos!». Caminó hacia mí con mi ahijada. Traían una torta de copitos y rocklets. Una vela y un cartel. «La preparé yo», siguió orgullosa antes de sentarse arriba mío y abrazarme. «No te olvides de pedir los deseos», me susurró mientras me cantaban el feliz cumpleaños. Cerré los ojos, deseé y soplé. Y la abracé y le agradecí por existir. Cuando estaba a punto de quebrarme, ella golpeó la mesa y lanzó una frase que ya es otra esfera del color del sol: «Y en esta mesa, ¿nadie tiene un regalo para mi mamá?»…

Muchas veces me pregunto cómo recordará mi hija estos momentos. ¿Los recordará? ¿Cuáles serán sus pensamientos centrales? ¿Qué color tendrán sus esferas?

Y vos, que seguiste leyendo hasta acá, ¿qué color tienen las tuyas?