Evangelina llora cuando algo no le sale como ella quiere, por capricho. Como yo a su edad, según cuenta mi mamá. Es difícil que lagrimee por un golpe. Solo si se enferma, baja la guardia, detiene su incesante movimiento y se aferra a mí para que la sostenga. Tiene que ser algo que realmente la perturbe, tiene alta resistencia al dolor.
No creo ser la única madre en el mundo que se quiebra por dentro con las lágrimas de un hijo. Sin exagerar, me duele mucho ¿Les pasa? Cuando son caprichos, paro y recuerdo que la frustración forma parte de la vida y dejo que llore y se frustre hasta que el llanto se detiene. Es ahí cuando todo vuelve al estado anterior con un nuevo aprendizaje o límite.
Pero cuando Eva llora imprevistamente, se para mi mundo. Eso pasó unas noches atrás. Nos íbamos a dormir y, ya en la cama, la vi caída. Hice un repaso rápido por todo lo que se ve. Le toqué la frente y no tenía fiebre. ¿La panza, los oídos, algún resfrío cerca?, nada de eso. No había dolor a la vista. Su día en el jardín había sido normal, sin sobresaltos. ¿Y entonces?
-«¿Qué pasa mi amor? ¿Estás bien?»
-«No, mamá. Me voy a dormir triste porque vos no te vas a volver a enamorar de mi papá», me dijo y se puso a llorar.
¿Qué? ¿Cómo pasó? ¿Por qué ahora? ¿Cómo la remonto?, me pregunté en un segundo de silencio interminable. ¿Cómo llegamos hasta acá? Sin demasiadas vueltas y frente a su mirada negra tan dulce y profunda, opté por la verdad como respuesta, como siempre con ella: «Es así hija, no te pongas triste. Estuve muy enamorada de tu papá mucho tiempo, por eso te tuvimos, por eso estás acá. Pero eso ya pasó. Nunca más lo volví a ver»
Mi respuesta elevó su tristeza. Estaba casi dormida y se despertó y lloró más. Entre lágrimas, empezó como un adulto a elaborar teorías de un posible reencuentro y re-enamoramiento entre su papá y yo.
Se le ocurrió que podíamos viajar a Senegal para compartir unas vacaciones con Amadou. «Pasamos unos meses con él, conozco a mis abuelos, tíos y primos. Seguro que lo ves y te volvés a enamorar, mamá. Daleeeee!»
No se detuvo. Después, se ilusionó con nuestro casamiento en tierras afro. «Y te vas a casar con él y va a estar todo bien, mamá». Se imaginó que incluso volvíamos todos juntos a Buenos Aires, para armar la familia que tuvo varios años de vida virtual pero ninguno de vida real.
– «No, Eva», me entristecí también. «Ojalá pudiera decirte que sí, pero no hija. Vos vas a conocer a tu papá, eso sí te lo prometo. Tal vez el año que viene vamos a Africa, lo tenemos que organizar. Eso sí es posible.»
Se durmió llorando y yo también. Pensándolo internamente quizá mi hija esté percibiendo que estoy transitando otro camino. Que olvidé a su papá.
Durante muchos años lidié con la presencia-ausencia de Amadou en nuestras vidas. Me ilusioné y, sin una explicación racional, lo seguí amando a la distancia. Tardé mucho tiempo en sacarlo de mi corazón hasta que un día, sin demasiadas vueltas, se fue para siempre. Y ahora, que llegué hasta acá con una firmeza plena, nuestra hija intenta que no se vaya. Como en la película «Coco», a veces no es necesario morir para que alguien te recuerde y, de alguna manera, vuelvas a vivir.